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Paul Watson, el capitán pirata de Greenpeace, pesadilla de los balleneros, lleva veinte años sin comer pescado y, es más, considera que todo aquel que come atún rojo, o cimarrón, como le llaman cuando atraviesa el Cantábrico, es un delincuente. La especie se está recuperando, pero Watson mantiene su cruzada: dejemos a los atunes en paz. Mientras, Kiyoshu Kimura, propietario de la mayor cadena de restaurantes de sushi de Tokyo, pagaba el pasado enero 1,3 millones de euros por un ejemplar gigante de atún rojo y animaba a los pescadores a seguir buscando piezas de este calibre. Frente al Watson que no come pescado, Kimura es un ídolo en Japón, donde se consumen 11 millones de toneladas al año.

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